La patria del conocimiento

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Con ocasión de la entrega de los premios Princesa de Asturias, el jefe del Estado, en una intervención con menos “intención política” que en años anteriores, hizo una cerrada defensa de la Carta Magna, “fruto de la concordia y el deseo de reconciliación y paz”, que este año cumple 40 años: “Democracia y libertad es lo que representa y significa para España, para el pueblo español, nuestra Constitución”.

En su discurso, el Rey no hizo referencia a la reciente reprobación declarativa del parlamento catalán ni a las últimas declaraciones del presidente de la Generalitat en Ginebra, en las que ha tachado a ­Felipe VI de “ hooligan con corona”.

Una fornida representación de los poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) simbolizó el estrecho respaldo de las instituciones al jefe del Estado.

El Rey, que ha hecho caso omiso a las iniciativas unilaterales que buscan la quiebra de la Constitución, recibió una cálida acogida, al reivindicar la Carta Magna como “un gran ejemplo del que podemos sentirnos profundamente orgullosos; una lección de convivencia que dignifica la política y engrandece nuestra historia; la mejor muestra de la generosidad, la madurez y la responsabilidad de todo un pueblo que ganó la democracia y la libertad”.

Las desplazamientos del jefe de Estado por los distintos es­pacios del país no se privan de la existencia de conflictos. En esta ocasión, su presencia en el Principado de Asturias ha coincidido con el anuncio de Alcoa, tercera productora de aluminio del mundo, receptora de abundantes fondos públicos, de cerrar su planta de Avilés, 317 despidos. Una deslocalización, según ha explicado la multinacional, consecuencia de los altos costes energéticos.

Los galardonados de esta edición reivindicaron en sus discursos desde la filosofía al cine, pasando por el periodismo y la destrucción del mar.

El filósofo estadounidense Michael Sandel, premio de Ciencias Sociales, exponente de los intelectuales que empiezan a poner en solfa la actitud pasiva del poder, culpó a las élites, escasas de imaginación y sobradas de soberbia, del surgimiento de la intolerancia y los populismos: “Las élites tienen que hacer un ejercicio de crítica y, mucho más importante, de autocrítica”.

Con precedentes sefardíes, Sandel aprovechó su brillante performance en el Campoamor para invitar a los ciudadanos a hacerse preguntas difíciles como la mayor esperanza para arreglar un mundo en el que la democracia se enfrenta a “tiempos de rabia, rencor y supervivencia”. El profesor de Harvard, para quien la democracia está en riesgo por culpa de las desigualdades sociales, delató los excesos de la economía de mercado: “Cuesta trabajo vivir y sobrevivir y, aunque no podemos enderezar a historia, sí contarla”. Para Sandel, “filosofar es no poder dormir”.

La periodista mexicana Alma Guillermoprieto, que narra los acontecimientos más crueles y el heroísmo de quien no tiene nada, galardonada con el premio de Comunicación y Humanidades, recordó a los 45 reporteros asesinados este año, defendió apasionadamente un periodismo poderoso, respetado por los gobiernos (“el mejor periodismo es el que indaga e investiga”) y animó a los jóvenes periodistas a no renunciar a su sueño: “Háganle, dénle nomás, porque contamos la historia del mundo todos los días. Porque dejamos constancia de lo que otros quieren tapar. Porque hacemos falta”. Periodista ineludible para entender Latinoamérica, escribe en The Guardian y The Washington Post.

Tras Coppola –premio de las Artes en 2015 (“el cine sin riesgo es como no hacer el amor y querer hijos”), cuando puso como condición que durante su estancia no pusiesen la banda sonora de El padrino (y no le hicieron caso)– este año el premio fue para Martin Scorsese (75 años, casado cinco veces), que aprendió el oficio de director ( Taxi Driver) en las salas de cine de su barrio de Nueva York en las que, niño asmático, se refugiaba. En Oviedo, el gran amigo de Robert de Niro (“la confianza, a todos los niveles”), mantuvo un encuentro con cinéfilos, mayoritariamente catalanes, en una antigua fábrica de armas que abandonó su actividad industrial hace años. “Siento humildad y sobrecogimiento en estas circunstancias”, confesó a un teatro entregado el mediático Scorsese, que nos descubrió Little Italy en sus películas, rodadas en Nueva York. Tras lo cual hizo un canto al cine como arte frente a su actual devaluación por la utilización de la tecnología sin criterio o la imposición del interés comercial. “El cine se está devaluando por el clima venenoso que nos rodea”, advirtió, y mostró su preocupación por el futuro.

La oceanógrafa Sylvia Earle, premio de la Concordia, cerró los parlamentos de los galar­donados. Su alegato –“ocho millones de toneladas de plástico arrojamos cada año al océano”– estremeció a los espectadores: “El océano es demasiado resistente para lo que los humanos pudieran hacer. Los peces no tienen donde esconderse. La guerra contra el mar ha tomado la forma de vertidos contaminantes masivos o sobreexplotación pesquera. Hay que hacer las paces con la naturaleza. Sin azul no habrá verde. La buena noticia es que por primera vez en la historia podemos ponerle remedio porque podemos comprobar lo que se puede hacer para curar el daño”.

El Monarca cerró el exordio a los premiados rindiendo homenaje a las personas e instituciones que trabajan por construir un mundo más justo, más humano, más digno; con la paz y la concordia como referencias e inspiración; y dentro del respeto a la verdad, a principios sólidos y convicciones profundas.

El Rey terminó parafraseando al escritor Stefan Zweig: “Compartimos una misma patria: la patria del conocimiento, de la cultura, de la ciencia y de la solidaridad. Una patria de fronteras trazadas por la sabiduría, la entrega a unos ideales, el esfuerzo y la inteligencia”.

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