¿Facebook debería pagarnos por nuestras fotos de cachorritos?
Claro, la idea suena descabellada. Publicar fotos de perritos o gatitos en Facebook no es una obligación; es algo que les encanta a los 1400 millones de usuarios diarios de Facebook que pasan casi una hora diaria dedicados a esa labor. Es impresionante que no tengamos que pagar por eso.
Sin embargo, la idea está cobrando ímpetu en Silicon Valley y más allá: Facebook y los demás gigantes tecnológicos que ofrecen servicios gratuitos en línea —de los que obtienen datos de sus usuarios y sobre ellos— deberían pagar por cada pizca de información que obtengan.
Las imágenes de las vacaciones de primavera en Instagram, el video de YouTube que explica las tácticas de Minecraft, las búsquedas de internet, las compras de Amazon y hasta nuestra velocidad en Waze son algunos de los datos disponibles que en un futuro no muy lejano se volverán más, posiblemente mucho más, valiosos.
Hacer que las empresas paguen de manera transparente por la información no solo proveerá un mejor acuerdo para los usuarios cuyos datos sean recabados mientras viven sus vidas en línea. Además, mejoraría la calidad de los datos que se usan para construir la economía de la información y podría debilitar el dominio de los titanes de la información sobre el futuro de la tecnología, lo cual traería nuevos aires a una economía que está perdiendo su vitalidad.
La idea no es nueva. Jaron Lanier, filósofo de la tecnología y pionero de la realidad virtual que trabaja para Microsoft Research, la propuso en su libro de 2013, Who Owns the Future?, como un correctivo necesario para una economía en línea financiada principalmente por la manipulación encubierta de las elecciones de consumo de los usuarios por parte de los anunciantes.
El asunto se retoma en Radical Markets, un libro de Eric A. Posner, de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago, y E. Glen Weyl, investigador principal de Microsoft. El libro aborda los esfuerzos europeos por cobrar ingresos fiscales a los gigantes estadounidenses del internet.
En un informe que Politico obtuvo el mes pasado, la Comisión Europea propone imponer un impuesto sobre el ingreso de las empresas digitales con base en la ubicación de sus usuarios, debido a que “una parte importante del valor de un negocio se crea donde están los usuarios y los datos se recaban y procesan”.
Los datos de los usuarios son una mercancía valiosa. Facebook ofrece a los anunciantes audiencias seleccionadas con base en sus perfiles de usuario. También YouTube utiliza las preferencias de los usuarios para adaptar su contenido. Aun así, esto es poco comparado con el valor que los datos están a punto de obtener, a medida que se extiende la huella de la inteligencia artificial en la economía.
Los datos son el ingrediente esencial de la revolución de la inteligencia artificial. Los sistemas de entrenamiento para llevar a cabo tareas relativamente sencillas como la traducción y la transcripción de la voz o el reconocimiento de imágenes requieren una enorme cantidad de datos, como las fotos etiquetadas, para identificar su contenido, o grabaciones con transcripciones.
“Entre los principales equipos de inteligencia artificial, es probable que muchos puedan replicar el software de otros en, a lo sumo, uno o dos años”, observa el tecnólogo Andrew Ng. “Sin embargo, resulta extremadamente difícil obtener acceso a los datos de alguien más. Por ello, los datos, más que el software, son la barrera defendible de muchos negocios”.
Quizá nos parezca un trato justo que nuestros datos sean el precio que hay que pagar por compartir imágenes de cachorritos. Considerando otras métricas, se están aprovechando de nosotros: en las empresas de tecnología más grandes, la proporción de ingresos que se destina a la mano de obra es de solo entre 5 y 15 por ciento, escriben Posner y Weyl. Eso está muy por debajo del 80 por ciento de Walmart. Los datos de los consumidores equivalen a trabajo que obtienen gratis.
“Si estas empresas impulsadas por la inteligencia artificial representan el futuro de segmentos más amplios de la economía”, argumentan, “sin un cambio elemental en su modelo de negocios, podríamos encaminarnos a un mundo donde la participación laboral caiga drásticamente de casi el 70 por ciento a aproximadamente un 20 o 30 por ciento”.
Como señalan Lanier, Posner y Weyl, resulta irónico que los humanos estemos proporcionando datos gratis para entrenar a los sistemas de inteligencia a fin de que sustituyan a los trabajadores a lo largo y ancho de la economía. A los analistas de izquierda y derecha les preocupa cómo subsistirá la gente común y corriente una vez que los robots hagan todos los trabajos. ¿Quizá la respuesta sea un ingreso universal básico, financiado por los impuestos?
¿Qué me dicen de pagarle a la gente por los datos que producen para entrenar a los robots? Si la inteligencia artificial representara el diez por ciento de la economía y las empresas que manejan grandes cantidades de datos pagaran dos terceras partes de sus ingresos por los datos —lo mismo que la proporción del ingreso laboral a lo largo de la economía— la participación del ingreso que iría a manos de los “trabajadores” aumentaría considerablemente. Según los cálculos de Weyl y Posner, un hogar promedio compuesto por cuatro integrantes ganaría 20.000 dólares al año.
Una consideración importante es que la calidad y el valor de los datos aumentarían si a la gente se le pagara por ellos. Facebook podría pedir directamente a los usuarios que etiquetaran las fotos de los cachorritos para entrenar a las máquinas. Podría pedir a los traductores que subieran sus traducciones. Facebook y Google podrían exigir información de calidad si el valor de la transacción fuera más transparente. La falta de disposición para llevar a cabo un intercambio directo con sus usuarios hace que los titanes de los datos tengan que arreglárselas con cualquier cosa que estos difundan.
La transición no sería dolorosa. Necesitaríamos desarrollar sistemas para saber cuál es el valor de los datos. Puede que tus fotografías de cachorritos carezcan de valor, pero esa traducción universitaria del serbocroata podría ser valiosa. Al tener bloqueados los datos gratuitos, YouTube y Facebook podrían cobrar una tarifa a los usuarios por el servicio, como lo hace Netflix. Alternativamente, podrían ganar dinero del entrenamiento de los sistemas de inteligencia artificial y pagar algún flujo de regalías a las muchas personas cuyos datos ayudaron a entrenar esos sistemas.
Sin importar cuál sea el costo, la transformación parece valer la pena. En particular, si pudiéramos ayudar a resolver una de las preguntas más pertinentes que está haciéndose patente en esta nueva era tecnológica: ¿quién controlará los datos?